Cómo el fentanilo arrasó con el comercio de opio en Guatemala

Antes del amanecer, el convoy salió de la base militar para adentrarse en las montañas cubiertas de niebla que se extienden a lo largo de la frontera de Guatemala con México. Su misión era destruir las plantas de adormidera que son utilizadas para hacer heroína.

Armados con rifles y machetes, la caravana de casi 300 soldados y policías pertenecientes a unidades antinarcóticos de élite, escalaron laderas empinadas y vadearon arroyos fríos. Siguieron las pistas de los pilotos de drones y respiraron el polvo de la tierra que se alzaba cuando viajaban en la parte trasera de las camionetas que avanzaban a toda velocidad por los caminos de terracería.

Pero después de recorrer pueblo tras pueblo, solo encontraron pequeñas parcelas de amapolas desperdigadas, una fracción del cultivo de la región en años anteriores.

Mientras los soldados se desplegaban alrededor de Ixchiguán, una zona de aldeas remotas pobladas por hablantes de mam, una lengua maya, Ludvin López, un comandante de la policía, dijo que la tierra solía estar “cubierta de amapolas”. Pero eso fue antes de que los precios del opio cayeran de 64 dólares la onza a unos 9,60 dólares, comentó.

Esa búsqueda infructuosa de amapolas de opio en Guatemala durante varios días de marzo mostró un cambio sísmico en el narcotráfico latinoamericano.

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